Monday, December 29, 2008

LA REINA DE LAS UVAS


Hugo Juárez

Uno al año no hace daño. Mi reina, uno de esos que apenas le soben el brillo a tus dientes, con la lengua rascándole a tu esmalte  esa malicia que ahora sólo me queda chuparle a las chelas, las mismas  que no se me desafanan más que para recordar cómo le lamía el vicio a tu paladar. No es alucín barato pero a mi reina le estrujaba las maldades a su inocencia únicamente con el verbo que le entumía las carnitas, mientras en los cuartuchos de al lado el mundo continuaba pujando por venirse en tinieblas mi buen.

Uno al mes qué bueno es. No es que sea goloso, pero el barrio sabe de qué color pinta el negro. Del mismo tinte que barniza mis pulmones, ya no sé si de tanto tragar lo que suda esta ciudad o del cigarro que siempre le quita las agruras a mi alma. Es más, qué, córtate las orejas, móchate las narices, sácalos aunque sean de salva, no le hace que sean carmenzas o delincuentes al fin yo fumo Alas (costillas de quien se deje). Vientos, porque has de saber que esta pinchurrienta vidurria tiene vicios peores y ni los chocolates, las galletas o el cofi te hacen tanta cruda y adicción como el vicio  por las tortitas, lo rabos, las medias naranjas, las colas o sea las morras. Déjame que te cuente mi buen, ahora que aflojaste el tabaco, el viejo cuento de la reina de las uvas. 

Antes de eso has de enterarte, ahí como me ves aplastadote en la calle con mis fieles gracielas, que soy chambeador del arte, artista de oficio y con beneficio, poeta proletas pero chinguetas. Yo tenía mi cascabel con una cinta morada, en una lira preñada yo tenía mi oropel. O sea, una banda de rocanroleros (internacionalmente desconocidos) era comandada por Miguel. Dándole  a la bataca le ponía ni más ni menos que Fito de la Parra; en el bajo (ahí va Javier) hacía sus pininos el Alex Lora; jalándole las orejas al requinto prestas el Negrete Hendrix; y tu servilleta, Miguelito Morrison, mareando las trompas de Eustaquio con mi aterciopelada voz.

Uno a la semana es cosa sana. Antes fumaba como chacuaco, me valía gorro porque yo tenía un chorro de voz, me admiró Jorge Negrete, Pedro Vargas y otros dos pero de aquel grupo de rock sólo quedamos los ojaldras. Bueno para qué dártela a desear si, la neta, nada más éramos tres valedores que a mucha honra hacíamos nuestra variedad en los camionebares, los trolebusteatros y hasta en los metroclub's diurnos. Nos llamábamos el Trío Carta Blanca pero la bandeja del barrio (de pura envidia, pues de qué más) nos decía Los Cabazorros. Y ahí, en las ranflas que escupen personal en cada parada, el Chilín Pérez Prado agitaba sus maraca al tiempo que les tiraba la terapia:
--"Querido público camionauta, damas, caballeros y bolitas, somos estudiantes de la escuela de la vida y creemos que es mejor transar y robar antes que trabajar,  pero como no usamos corbata ni título no nos queda más que agasajarlas --perdón-- complacerlos con nuestras bellas descomposiciones  a cambio de la beca que vuestra gracias otorgue". Entonces el Erickso Inflante y Yolando nos arrancábamos requinteando nuestras liras y apañando caunta cartera se nos pegaba. Lana no nos faltaba, fama --gracias la buen Dios-- nos empezaba a hacer falta.

Uno al día qué alegría. Se trabajaba Agustín en ese camello, nadando entre el mar de gentes para ejercer el dos de bastos y la faranduleada. Es más, ya casi ni fumaba para cuidar mi hermosa voz cuando se nos calló el cantón (así, mudito). Chambeábamos sobre nuestra ruta de costumbre, sobre el Eje Lázaro Cárdenas, aburriéndonos de la noche que comenzaba a manchar de luz pública a las calles y del sudor de ocho horas diarias que flotaba en los camiones. Bajamos de nuestro centro de camello y la cara del Chilín (la neta nada más jalábamos él y yo) se iluminó con unos foquitos que parpadeaban: "Burlesque El Sidral de Adán". Cámara, me dijo el Chilinazo, vamos a reventarnos  un palomazo en este antro y de aquí a la fama. Más tardó en decirlo que en estar aplastadotes en el burlesque licando cómo se encueraba una chava al ritmo de Ray Conniff coros y orquesta. El racimo de uvas que flotaba en su cabeza me cosquilleó el deseo.

El teatro estaba repleto de rucos rabosyanolahacen que se desgañitaban aullando: ¡¡pelos!! ¡¡pelos!! ¡¡pelos!!, y de uno que otro despistado, como el Chilinchondo, quien nunca había pisado por esos lares de Dios Cárdenas y se hallaba ahogado además de apentontado en el fondo de su asiento, ya que la Reina de las Uvas se encontraba totalmente llena de piel, con la cabeza meciendo las uvas de la noche, al centro de la mala música de  Conniff  y de la mala leche de los rucailos que ahora gritaban:  ¡¡pasarela!! ¡¡pasarela!! ¡¡pasarela!! No había duda, los súbditos intentarían tragarse a la reina. Ella, dueña del cetro de su oscuridad y de la corona de sus líneas, se acercó a sus vasallos, la música se hizo sorda,  los rucojaldras temieron por sus pulsos. Mi reina tomó lentamente una uva de su cabeza y la ofreció al público que ni tardo ni perezoso la perdió entre sus manos; la segunda uva descansó entre sus senos, los rucojetes empezaron a blasfemar contra su belleza, el Chilín estaba --desde hace un buen-- comido en el silencio, una boca, entre falsa y derrumbada, mordió triunfante la uva. Los brazos de la reina se movieron de su cabeza a su oscuridad vedada y húmeda donde triunfante brilló la uva. El silencio coronaba la perfección de la reina en medio del naufragio en donde el Chilín flotaba sin rumbo y los rucos se devoraban los dedos. Mejor trágate la canasta, estalló una voz al intentar probar el racimo del deseo, fue entonces que el Chilín emergió de sus profundidades y de un certero guitarrazo se deshizo del insubordinado al tiempo que subía al escenario en donde la reina gobernaba miradas, ante ellas el Chilín apañó el sudor real probando la fruta de sus deseos. El público aplaudía, brincaba sobre los asientos, mentaba madres con silbidos que se confundían con los gritos de los securitis que torcían a mi valedor. Nadie más se acercó a la reina, las uvas de sus ojos se perdieron detrás del escenario...

Uno a cada rato... Pues ya vez mi guen, por andar de calenturiento al Chilín lo entambaron un ratón pero en corto salió fue a buscar a la reina, no estaba ni en el Sidral de Adán ni en ningún otro tugurio de anexas así que de plano se dio a la uva fermentada. Hasta hace poco que la torcí en el callejón de Manzanares, en el ombligo costroso de la Merced, en donde el pellejo (jálame un dedo) no vale nada y se respeta al que sana. La reconocí a pesar de los años, a pesar de que todas las rucas ahí tienen la misma mirada de uvas resecas, de frutas mosqueándose al mejor postor. Por eso, mi querido moreno, yo mejor le atoro a mi tabaco:

uno al año es escarnio
uno al mes, tormento es
uno a la semana, es para gente macana
uno al día no se podría
y el amor a cada rato te jode el aparato

La neta, ahora que recuerdo, yo no sé tocar ni las puertas.  

6 comments:

A said...

tres al año?
Solo por engaño?

La cosa es que no estamos hablando de post (yo tuve 415, o algo asi)

un beso para hoy, que se repita mañana, siempre y cuado tengas el animo.
A.

JP said...

-- guau!!!Encantado de verte por aqui A, si pero yo no olvido el anio viejo porque me ha dejado cosas muy buenas: besos de A. Mil gracias A por tu visita

Vidita said...

Como siempre me hace recordar mis oscuros barrios bajos de mi infancia! LA lectura ligera y muy divertida carnalito. Mil felicitaciones. ESta muy chida la narración.

JP said...

-- vidita, pues es que habremos crecido en el mismo pueblote? Mexicalpan de las tunas? jejeje, gusto de verte de nuevo vidis

Anonymous said...

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