Thursday, June 4, 2009

QUISIERA ARRANCARTE EL CORAZON

FELIPE LEON

Cuando llegó la policía una de las manos de la Güera soltó el cuchillo. La otra aún oprimía con fuerza un pedacito de carne que dejaba escurrir un delgado hilo de sangre. Luego, con discreción, se echó la carne a la boca para masticarlo con tanto placer y desesperación hasta que sus labios quedaron manchados de sangre y provocando escurrimientos que cuando caían al suelo se dibujaba una caprichosa esterlina que en segundos se cubrían de polvo y de los escupitajos que los curiosos arrojaban mientras miraban con morbo a la Güera, que furiosa se la llevaban detenida. En el otro lado de la banqueta, la Sonia se desangraba de un pecho y gemía desconsoladamente en espera de que llegara la ambulancia.

Toda la escena anterior haría suponer que la Güera quiso matar a la Sonia por un desmedido arranque de celos al encontrarla con el Inge, su pareja del momento. Pero la verdad es que ella nunca pensó asesinarla. Es más, ni siquiera le interesaba defender el amor de su joven galán. Lo que ella buscaba era otra cosa: robarle a la Sonia la esencia de su juventud.

Ya en la patrulla, su mirada se perdía en el pasado. En su creencia sabía de que a sus treinta y tantos años era muy difícil que recuperara el tiempo perdido. A pesar de todo, mantenía una ligera esperanza. Ignoraba el hostigamiento policial en su contra en el interior de la patrulla y su cara dibujo apenas una sonrisa triste, su pensamiento estaba en recordarse tierna, inocente, bonita, jovial, cuando bastaba una ligera coquetería para engatusar a los machos. Cuando conoció al Ranita, su primer pretendiente, el taquero que venía del pueblo chamanero de Catemaco. Su primera ilusión amorosa fue con él a sus 13 añitos; bastaba un simple cruce de miradas para que ella se rindiera. Pero en su puberta naturaleza se dio cuenta que podría tener más y mejores machos que un simple taquero, pobre, naco y feo. Pero el Ranita, fue quien le tiró una extraña maldición para el resto de su vida cuando la vio abrazada del Abuelo, el fanfarrón del barrio. El  Ranita le advirtió que moriría vieja, sola, fea y despreciada por todos los hombres, de que iba a ser infeliz para el resto de su vida hasta que su cuerpo ya no diera más, porque éste iba a envejecer tan rápido que todos la despreciarían. Ah, pero si quería librarse de la maldición, le explicó en su acalorado resentimiento: “tendrás que arrancarle la esencia de la magia a otra mujer, la magia que enloquece a los hombres, aunque le cueste la vida”. 


Y así sucedió. O al menos eso parecía. Porque la Güera después de pasar por el Abuelo llegaron a su vida otros más. El Abuelo fue su primera vez en muchas cosas; el primero que la obligó a su primer aborto; el primero en mandarla al diablo por considerarla una puta fácil y el primero en difundir sus gracias, delicias y defectos entre todos sus amigos, quienes le ayudaron a ser popular con P mayúscula.

Los hombres siempre prefieren carne fresca, le empezaron a decir sus amigas, cuando de los 13 llegó a los 20 y ahora pasada de los 30. Así lo había estado sintiendo, pero se negaba a admitirlo, a pesar de que sus últimos amores continuamente, por no decir siempre, la dejaban por otras más jóvenes que ella. No era supersticiosa, y decía que ni siquiera creía en Dios. Por lo mismo, trató siempre de justificar sus fracasos antes que reconocer que el Ranita le había echado la sal para toda su vida. Pero las malditas dudas la siguieron merodeando. En la desesperación y con ganas de estarse quieta como monógama, llegó a preguntar a cada uno de sus ex-amantes el porqué de la separación. Deseaba escuchar algo coherente. Ella pensaba en sus defectos, pero se encontraba con respuestas como: “... a ella no le apesta la boca como a ti”, “... es que la otra nunca me dice pendejadas”, o un sencillo “...porque sí”.

Conforme pasaban los amores pasaban las ofensas al mero centro del orgullo de la Güera. Tuvieron que pasar doce años, cinco meses, trece días y casi veinte horas, para que la Güera comprendiera porqué fracasaba en cada intento por estabilizar su vida. Después del Abuelo, fueron más de dieciséis amantes. Todos y cada uno de ellos hicieron de su cuerpo mucho más que deleite y perversión. A su alrededor se creó una fama que lo mismo servía para ponerla de mal ejemplo de lo que no debe hacerse para las niñas pubertas, que de buen tema de conversación cuando de hablar de mujeres se trataba entre los misóginos de siempre. Cada vez que tronaba en una relación se decía a sí misma frente al espejo “... los años no pasan en balde”. Veía enrojecidos sus grandes ojos verdes, su boca pálida y reseca, los dientes amarillentos, y las caries que poco a poco carcomían no sólo su dentadura sino también su espíritu. Observaba detenidamente aquel cuerpo marcado por la celulitis y algunas várices corriéndole piernas y muslos. Se preguntaba si realmente alguna vez había estado enamorada o era incapaz de hacerlo. Por eso, llegó a decir que no creía en Dios ni en el amor, remedando a las protagonistas de sus telenovelas y películas chafas.



Por  lapsos muy largos sus reflexiones llegaban al mismo lugar de su desgracia: la vejez prematura, aunque apenas tuviera treinta y tantos. Jamás pensó en hallar la fuente de la juventud ni algo parecido, en las palabras del Rana: la única forma de salir de esa maldición era arrancándole la esencia a una joven mujer.

En un tiempo no pensó en nada. La idea de obtener una ofrenda se había tardado, hasta que llegó el Inge, el electricista de los veinticuatro añitos, quien encontró en la Güera a una buena protectora y una incómoda amante. A la Güera le dio gusto saber que el nuevo galán tenía otra mujer. Y más aún, brincó de alegría cuando se enteró de la edad de su "rival": 14 breves años. El objetivo estaba claro: en esta joven mujer buscaría el sabio secreto del porqué los hombres las prefieren tiernas. Las condiciones estaban propicias. Con un plan poco elaborado esperaba que la vida le diera otra oportunidad, al fin, como decía su madre, lo único que no tiene remedio es la muerte.

Era casi de noche cuando esperaba impacientemente a que el Inge llegara de trabajar, que se decidió a actuar. Tomó el cuchillo con el que acababa de picar chiles y jitomates: no era muy grande, pero sí lo bastante filoso hasta para cortar clavos, según leyó en el estuche. Así que guardó el cuchillo en una de las bolsas del grasoso delantal de cuadritos rojos y amarillos. Eran las ocho de la noche menos diez cuando salió a buscar al Inge a la parada del micro. Se encaminó hacia la avenida principal. Medio cruzó el puente peatonal y se detuvo a observar una interminable fila de automóviles que bajaban hacia esa parte de la cochambrosa ciudad, por los rumbos de Observatorio. A lo lejos se podían adivinar diferentes avenidas que se iluminaban entre luces blancas y de color ámbar. Abajo, personas sorteándose la suerte tratando de cruzar la calle a media luz. Recordó a lo que iba, y justo cuando descendía las escaleras, vio como su Inge tenía a la Sonia en una zona medio oscura, dándole unos besos que sonaban hasta donde ella estaba. La Sona traía un encantador escote. El Inge la tomaba con fuerza, la besuqueaba. Su boca recorría labios, mejillas, orejas, cuello y chupaba su pecho sin importar que los vieran. Con los dientes, el Inge desnudó el pecho izquierdo, bello y duro de la chica, donde salió a relucir un pezón joven y erizado. Los ojos de la Güera no perdían concentración. Observaba el Ingenie acariciando todo lo que le dictaba su instinto libidinoso. Succionaba el pezón y no se daba cuenta que era espiado. La Güera comparó las cualidades de la jovencita con las de ella; contemplaba aquellos pechos redondos, duros, acariciables y deliciosos y de reojo miraba los suyos, caídos, aguados, sin fuerza y con los pezones demasiado grandes y chupados como para considerarlos acariciables. 



Tal vez en algún instante la envidia le impulsó a que bajara corriendo del puente; sin embargo, reaccionó y no pensó en otra cosa más que recobrar el fruto de la juventud. Llegó a donde estaba la parejita de calenturientos. Y con el cuchillo en alto y sin avisar, de pronto, entre el pecho de la mujercita y la boca del Inge apareció el cuchillo que rebanó de un solo golpe el pezón de la Sonia. Tirado a un lado, el Ingeniebrio al ver el color de la sangre, el llanto horroroso de la Sonia y la mirada desconcertada y fría de la Güera, corrió del lugar.

Después llegó la ambulancia y una patrulla. La Güera fue llevada a la delegación por atentar contra la vida de la joven sirvienta, y estará ahí por un buen tiempo, quizá el suficiente para que, según ella, y después de haberse comido el pezón de la Sonia, recobre la juventud perdida.



La Sonia, por su parte,  en la Cruz Roja, apenas le controlaron el chorrero de sangre y no sabe cómo le harán para que se le regenere el pezón que perdió, para después buscar otro trabajo en donde no le pidan antecedentes judiciales, y a evitar a toda costa otros galanes limpiacables, limpiacaños o limpiapechos.

Y el Inge, como si  no hubiera pasado nada, continuó de pulquería en pulquería, difundiendo que la Güera, cara de bugs bunny, además de vieja, amargada y fea, era una pinche celosa asesina.

11 comments:

El Signo de La Espada said...

pinche abuelo culero

pinche ranita culero

pinches policías culeros

JP said...

-- espada! simon: pinches hombres culeros! por eso a mi me laten las rucas!

marichuy said...

Jota-pe

Querido, últimamente aquí andan muy crueles. A ver si ya escriben una historia un poquito más feliz, je; de por si una que es medio depre y con estas cosas. Nomás de pensar en esa pobre Sonia, desangrándose y con el pecho medio desfigurado, siento feo

Besitos

El Signo de La Espada said...

uuuuuuy marichuy, espérate a ver la otra que escribí...

JP said...

-- marichuy querida, tenes razon! musica maestros!

Educavent said...

Pués yo creo que se dicen verdades. Y si bien es un cuento, no es menos cierto que motivaciones de este tipo efectivamente existen en personas con menos acceso a la educación
Pero no me quiero poner grave, un buen cuento sin duda. A lo mejor mi mente es más depravada y tengo un asesino oculto
Salu2

JP said...

-- educavent, a estas alturas sinceramente creo que ya no existen personas puras y limpias en este planeta, por eso el maestro felipe lo que intenta --hasta donde entiendo-- es desatar los nudos que nos ahorcan el alma, gracias por visitar!

A said...

robarle la magia auna mujer.

o preparar una quesadilla asada

Que facil!

Jotapechocho, intensisimo.

Besos asustados
A.

malbicho said...

yo soy una persona limpia y pura, jota pe, no conozco otra pero confío en que sí habemos más

estupendo cuento, ese primer párrafo es impactante

JP said...

-- amad(A), pero que delicia seria una sopa de letras, de preferencias con puras A's, totalmente de acuerdo, el maestro leon no solo asusta, re-gusta! besos apapachadores!

JP said...

-- malbina, limpia y pura como un malbicho! ya dime la verdad, ademas del maestro leon quien es mas puro y limpio? un abrazote!