Thursday, May 28, 2009

TRES SEGUNDOS

HUBERTO SUAREZ

“Tengo sólo tres segundos para llegar al muro. Puedo sentir que está ahí, acechando. Sigo sin entender –ninguno de nosotros lo ha entendido nunca– el porqué de esta saña. Si sólo apagara la luz podría, como otras tantas veces, correr pegado al muro, escalar por la grieta de la esquina y ponerme a salvo en alguna de las cavernas. Normalmente funciona, pero con la luz encendida...”


Era muy pequeño el día en que vio por primera vez a los Trituradores: el mismo que vio por última vez a sus padres y hermanos. Había salido con ellos y con el resto de los miembros de la Colonia, como cada atardecer, a buscar algo de comida en esa zona derruida de la ciudad, donde por tres generaciones habían logrado sobrevivir organizando expediciones para recoger restos de alimentos que encontraban entre los escombros y la arena acumulada en dunas interminables, formadas poco después del Gran Terremoto.

 

Pero esa tarde había cambios inquietantes. La arena y los escombros habían desaparecido casi por completo, y en algunos sitios incluso se podía ver una superficie de piedra pulida y perfectamente plana. La luz era extraña, y más extraño aún el hecho de que las expediciones eran normalmente realizadas al ponerse el sol, y esta no era una excepción.

 

Tras descender hasta el suelo por una de las grietas, los mayores, entre ellos su padre, se adelantaron a investigar qué había sucedido durante el día y de dónde provenía esa luz nocturna, mientras que los pequeños como él permanecieron junto con los más viejos, agazapados contra el enorme muro. A lo lejos, su padre y los otros mayores parecían nerviosos; caminaban como desorientados en direcciones distintas, intentando descifrar lo que había sucedido.

 

En ese momento se escuchó un ruido ensordecedor, como si una montaña hubiera caído a la tierra desde muy alto, y todo se estremeció. Y una segunda vez. Y una tercera. Los mayores miraban azorados hacia el cielo, paralizados por un terror compartido. Un golpe más, y la arena se levantó como impulsada por una tempestad, cubriendo en parte a su padre y a otros tres de los mayores, quienes intentaban sin éxito liberar sus cuerpos de la arena que seguía cayendo sobre ellos.



Su padre no tuvo siquiera tiempo de darse cuenta del horror que comenzaba. Quizá, si la palabra pudiera aplicarse a su condición, había sido el más afortunado de todos. Cuando luchaba contra la lluvia de arena, volteó como impulsado por un instinto primitivo hacia el grupo, que lo observaba inmóvil desde la base del muro, y cruzó en un instante un gesto amoroso con sus hijos y la madre de estos, apenas antes de ser aplastado por una inmensa columna que cayó de lo alto. Otro objeto gigantesco, casi idéntico al primero, aplastó a los otros tres, que se ayudaban entre sí para correr entre la arena.

 

Entonces el primer objeto se levantó lentamente. Era como un pilar de un diámetro tal que se hubieran requerido más de diez adultos para rodearlo, y tan alto que nadie alcanzaba a ver su cima. El cuerpo desmembrado de su padre había quedado adherido con su propia sangre y vísceras estalladas a la base de aquella cosa terrible, y aun con la cabeza aplastada seguía convulsionándose en estertores de muerte mientras era izado hasta una altura considerable, desde donde la columna volvió a caer, esta vez sobre el resto de los mayores, algunos de los cuales habían logrado llegar cerca del grupo de jóvenes y ancianos. Aterrados, todos comenzaron a retroceder cuando vieron una enorme sombra avanzar hacia ellos con una velocidad vertiginosa.

 

Apenas recordaba el momento cuando la columna cayó a pocos centímetros de él, provocando el mayor estrépito que hasta entonces había escuchado y aplastando de un masivo golpe al resto del grupo… a su madre, a sus hermanos y abuelos. No supo cómo logró correr, trepar el muro con velocidad inaudita y encontrar un pequeñísimo hueco donde apenas logró entrar cuando otro golpe hizo vibrar de nuevo todo, y un velo de polvo le cubrió la cabeza antes de perder el sentido.

 

“...Puedo percibir sus enormes pasos mucho antes de que estén cerca. Pero su rapidez asombrosa y ferocidad inexplicable, junto con su astucia criminal que parece innata, me han enseñado a no dar nada por hecho. Aunque ahora no lo percibo, mi instinto me dice que uno de ellos está cerca, pero inmóvil. Quizá sea el más pequeño, o mejor dicho el menos enorme de ellos, y sin duda el más peligroso. A veces puede esperar largo tiempo agazapado hasta que uno de nosotros comete una imprudencia y sale de su escondite, para dejar caer de inmediato una de sus enormes extremidades sobre él. Pero yo los conozco bien. A mí no me podrán matar. No hoy...”

 

Pensó entonces en sus hijos. No iba a permitir que los Trituradores los convirtieran en huérfanos tan jóvenes como a él. Ya les había enseñado los trucos básicos para eludirlos, para saber cuándo estaban cerca o se alejaban, pero aún les faltaban mucha experiencia y consejos para sobrevivir en este nuevo mundo hostil.

 

A pesar de las penurias para conseguir alimento y escapar a los ataques esporádicos de los Trituradores, la familia se había mantenido unida y relativamente feliz, y al igual que en el resto de la Colonia sus miembros compartían lo poco que tenían, y entre todos ayudaban a cuidar a los más pequeños cuando los mayores debían salir a las expediciones, de las cuales muchos nunca volvían. Por ello, los jóvenes que alcanzaban la madurez tenían el derecho a elegir varias compañeras (siempre ellas eran no sólo más numerosas, sino más robustas y fuertes que ellos) con la finalidad de procrear y evitar así que acabaran con ellos.



“... No permitiremos que triunfen. Que nos aniquilen. A final de cuentas nosotros estamos aquí muchísimo tiempo antes que ellos. Este planeta nos pertenece, y vamos a prevalecer. Aunque intenten evitarlo por todos los medios...”

 

La vida se había vuelto aun más penosa de lo que ya era después del Gran Terremoto. No sólo había que pasar los días y las noches atento a cualquier señal para evitar ser despedazado en un instante, sino que hacía poco tiempo los Trituradores habían comenzado a arrojar gases venenosos. Él había visto en demasiadas ocasiones morir por asfixia a sus amigos, compañeras o hijos, entre convulsiones pavorosas. Se estremeció al recordar otras ocasiones en las que, al salir en expedición nocturna, algunos de sus compañeros habían muerto envenenados por un fino polvo de color amarillo esparcido sobre el suelo. Entonces debían esperar días hasta que los propios Trituradores recogían el polvo cuando los creían muertos a todos.

 

“...Parecen disfrutar viéndonos morir. Son una especie de dioses crueles que ven nuestra miseria desde lo alto y buscan hacerla aún más insoportable para su diversión insana. O quizá no es crueldad lo que los anima en contra nuestra. La manera metódica de asesinarnos, las técnicas que utilizan cada vez más sofisticadas, parecieran responder a un plan superior para eliminarnos por completo del planeta y quedarse ellos, quienesquiera que sean y de donde hayan venido, como los amos y señores de la Tierra. Pero, ¿cómo podríamos desaparecer todos? Miles de generaciones han sobrevivido a epidemias, guerras, hambrunas y toda clase de cataclismos naturales...”

 

Vino a su memoria el rostro del más viejo de sus abuelos, quien le transmitió en una ocasión lo que él a su vez había escuchado siendo joven, cuando existían grandes ciudades y edificios enormes entre los cuales circulaban veloces vehículos de muy variadas formas y tamaños. Las poblaciones eran entonces de millones y todo mundo iba y venía apurado, realizando las tareas más diversas. Pero la sobrepoblación, la destrucción paulatina del medio ambiente y la consecuente escasez de alimentos provocaron una brutal ruptura del tejido de las organizaciones sociales. Unos mataban a otros por comida y el pánico se apoderó de todos. Entonces vino el Gran Terremoto.

 

Desde el día siguiente, en que la devastación casi total había dejado tan sólo unos cuantos sobrevivientes, habían tenido que subsistir entre los escombros, donde toda clase de peligros y bestias hambrientas acechaban, por lo que buscaron refugio contra los predadores y la intemperie en las altas y profundas cavernas que habían convertido en su hogar.

 

Nunca más había vuelto a escuchar esa historia. La de los Trituradores no la creyó al principio, y hasta inventó una tonadilla burlona para hacer mofa de su otro abuelo quien, con toda gravedad, siendo niño le relataba cómo en el mundo anterior al Gran Terremoto existían seres inmensos y temibles que acababan con todo a su paso. Pensó que su abuelo le quería ver la cara y fue cuando se le ocurrió la canción, que aún recordaba:

 

Vienen los gigantes

con sus patas de elefante

vienen los gigantes

corre antes que te aplasten...



Pero su abuelo no corrió.

 

“Al igual que mi padre, mi abuelo no fue lo suficientemente veloz para escapar el día que llegaron... el día en que me quedé solo y me di cuenta de que aquel cuento para dormir con el que me divertía de niño, era la pesadilla con la que despertaría el resto de mi vida...”

 

De alguna manera creía que un instinto inexplicable que le venía desde muy adentro, de las células primordiales de su cuerpo y de muchas generaciones atrás, le permitía ahora no sólo eludir, sino incluso conocer a y convivir con los Trituradores, unos seres a los que sólo se podía ver en toda su enormidad escalando algún muro muy alto, incluso por encima de las cuevas, desde donde se lograba también observar el gigantesco reflector que tanto había dificultado las expediciones nocturnas.

 

Cuando el reflector estaba apagado, los más jóvenes y fuertes salían a buscar los restos de comida dejados por esos seres que devoraban por igual cualquier tipo de animal, vegetal o mineral, cuyos restos abandonaban después pudriéndose a la intemperie algunos días, antes de recogerlos con unos aparatos igualmente inmensos. Debían aprovechar así cualquier descuido o ausencia de los Trituradores, de preferencia en total oscuridad –la regularidad incierta con que se apagaba y encendía la luz rojiza del reflector hacía imposible la planeación de las expediciones–, para recoger, en el menor tiempo posible, la mayor cantidad de alimentos aún comestibles de entre los desperdicios.

 

A veces todo transcurría bien y era recolectada comida suficiente para varios días, pero lo más común era que, en el momento de organizar una cadena para acelerar el acarreo de comida, el reflector se encendiera, y entonces había que soltar cualquier cosa que uno cargara y correr para salvar la vida, pues todo aquel que era localizado por un Triturador terminaba casi irremediablemente aplastado o agonizando con medio cuerpo destrozado. Todas estas desgraciadas experiencias le habían enseñado –al igual que a muchos otros– a sentir y hasta presentir la vibración que producían en el suelo sus enormes patas, con suficiente anticipación para correr a los refugios descubiertos bajo alguno de los edificios nuevos.

 

Entre las pocas cosas buenas que habían sucedido desde que los Trituradores llegaron y eliminaron la arena y los escombros que usaban originalmente para esconderse en la extensa llanura, la mejor fue la instalación repentina de una especie de edificios portentosos, totalmente blancos y planos, sin ventanas ni puertas aparentes, construidos con un brillante material metálico. Estos edificios estaban anclados al suelo sobre cuatro o seis –dependiendo del tamaño de su base– poderosos pilares que los sostenían y permitían también deslizarse por debajo de ellos. A falta de las piedras, bloques de cemento y montañas arenosas que habían sido eliminadas por las máquinas de los Trituradores, los flamantes edificios servían ahora como escondite ante su arribo intempestivo. Y él había descubierto algo más…

 

“...Tres segundos. Es todo lo que necesito para llevar la buena noticia a la Colonia. No pasaremos más hambres y estoy seguro que sobreviviremos a los ataques. Esperaré sólo un poco más...”


Hacía unas pocas horas que había logrado escabullirse bajo uno de los edificios, justo en el momento en que una mole cayó estrepitosamente tras de sí. Asustado, trepó por una serie de conductos metálicos que serpenteaban por la base del edificio, hasta que llegó a lo que parecía la entrada de un túnel angosto, pero lo suficientemente amplio para trepar por él. Subió lentamente, esperando ser descubierto en cualquier momento, hasta que sintió una suave corriente de aire fresco proveniente del interior. Se arrastró por una rendija y salió a una extensa plataforma transparente. Sus ojos, acostumbrados a ver en la oscuridad total, pudieron percibir apenas lo que sus otros sentidos adivinaron al instante: en aquella bóveda se encontraban almacenadas, en un sentido literal, montañas de alimentos frescos de toda clase.

 

Sintió en la penumbra los olores confundidos de tanta comida como nunca pensó que existiera, y olvidando toda precaución se precipitó a escalar un contenedor liso y transparente repleto de quesos y jamones diversos, los cuales nunca había visto sino en pequeños trozos semi podridos. Comió hasta hartarse y entonces pensó en la manera de llevar una carga considerable de alimento consigo y compartir con los otros su fabuloso hallazgo.

 

Con gran dificultad había logrado sacar sobre sus espaldas lo que pudo, cuando una intensa luz se encendió, cegándole repentinamente e iluminando la brillante sala blanca donde relucían los contenedores de alimentos. Y como sabía que, en general, luz significa muerte, soltó su carga y corrió despavorido de regreso al conducto de aire, mientras sentía a sus espaldas la amenaza de un Triturador. Descendió tan rápido como pudo y se descolgó por las tuberías hasta el suelo. Y ahora aquí estaba, esperando de nuevo, seguro de que buscarían cazarlo por haber osado descubrir su secreto.

 

“¡...Y nosotros teniéndonos que arrastrar en cuevas y túneles para recoger apenas unas migajas de lo que nos corresponde por derecho! Tienen nuestra comida, arrebataron nuestra tierra, y buscan acabar por completo con nosotros... ¿Por qué?...”

 

Desde su escondite bajo el edificio sintió la inconfundible vibración producida por los ciclópeos pasos del Triturador que, como lo había presentido, había estado al acecho todo el tiempo, esperando verle salir corriendo para aplastarlo de un certero golpe. Y los pasos se alejaron hasta perderse.

 

“...Tres segundos”, pensó de nuevo. Pero parecía demasiado fácil. Algo habría; alguna nueva estrategia asesina de los Trituradores...

 

Y entonces el reflector se apagó.

 

Como propulsado por un instinto muy anterior a él, borró al instante todo lo que había estado pensando hasta ese momento y se encontró corriendo a toda velocidad en dirección a una de las esquinas del muro, con la intención de trepar por la grieta hasta la primera cueva que encontrara. Entonces la luz lo bañó en plena carrera, provocándole una especie de punzada de pavor en el vientre, que le hizo correr más allá de sus fuerzas. Llegó a la base del muro, y de un salto se aferró a una de sus múltiples fisuras, que le sirvió de apoyo para lanzarse hacia arriba con agilidad asombrosa. Sintió tras de sí el terrible estruendo que se repetía cada vez más acelerado e intenso, cuando por fin atisbó la entrada de una cueva. En un último y denodado esfuerzo, trepó hacia la entrada de la gruta, pero una nube de humo tóxico lo envolvió, y al instante siguiente perdió el sentido de orientación y sintió cómo sus seis patas flaqueaban, desprendiéndose de lo alto del muro, desde donde cayó al suelo, donde rebotó de espaldas, semi inconsciente, y permaneció inerte en esa terrible posición que le hacía imposible, como a todos los de su especie, voltearse de nuevo sobre el vientre para intentar un escape.

 

Una sombra le cubrió, y apenas sintió cómo la mitad inferior de su cuerpo se deshacía lenta y silenciosamente. Ya no había estruendos. Ya no había luz. Ya no le importó cuando la mitad superior de su cuerpo terminó de ser desprendida del resto por la manaza del Triturador, que le tomó por una de las antenas y lo levantó muy por encima del suelo. Vio entonces ante sí por primera vez el enorme rostro de su más terrible predador.

 

“...Al fin te conozco”, alcanzó a pensar con las últimas fuerzas que le quedaban, y nadie escuchó su diminuta voz cuando el Triturador soltó su antena, y entonces cayó hasta el piso mientras gritaba: “¡Yo no tuve tres segundos, pero aquí seguiremos tres millones de años más...!”

 

Sus pequeños hijos y sus compañeras, amontonados a la orilla de la caverna familiar, vieron cómo su padre desaparecía bajo la pata del Triturador. No lo verían más, y correspondería ahora a ellos seguir con la lucha por la supervivencia de su raza, hasta el fin de los tiempos.

14 comments:

Lauritic Acid said...

Qué fueeerteee!!

Educavent said...

Imposible evitar una sensación amarga y el respectivo cuestionamiento social.

Un buen cuento sin duda para meditar.

Un abrazo

marichuy said...

Ay mi querido Jota-pe

Ahora si me hiciste sufrir; los tres segundos más largos y tensos.

Abrazos

PS esas ilustraciones, son como de los "cuentos para no dormir".

JP said...

-- hola lauratic! bienvenida al Club de los Corazones Fuertes! Espero el maestro Huberto no te haya removido mucho, un saludo!

JP said...

-- educavent, nunca lo pienso hasta que lo hacen ver, las aristas de este cuento deveras son polidimensionales! saludos maestro!

JP said...

-- querida marichuycita! que buen titulo para una serie de cuentos... para no dormir! working on it! (no me lo vas a creer pero este condenado del Huber tambien me hizo sufrir mucho, y eso que no es mi tipo, jojo!, no'scierto maestro!)

A said...

Jota pechocho; Muchas de las cosas que en nuestra ifancia consideramos cuentos para espantar niños; so en realidad las recapitulaciones de los que van antes de nosotros, y quiza sea tambien nuestro futuro.

Besos profeticos
A.

malbicho said...

qué buen giro da el texto, y las ilustraciones cómo ayudan para esa sensación de asfixiante ansiedad

lo de cuentos para no dormir ya lo leí antes como título (en realidad era "cuentos de hadas para no dormir", de un autor no memorable)

JP said...

-- amad(A), perdoname pero no te entendia, o sea que los cuentos para ninios que nos contaban los escribieron para nuestros nietos pero en realidad los que los gozaban eran nuestos tatarabuelos? zas! con razones nunca los entendi, no eran para mi, pero este maestro huber si me convencio, besos mediaticos!

JP said...

-- grazie grazie bella damisela malbicha! en realidad ya deveriamos borrar esos mamones cuentos para... creo que al tal juarez ni su abuelita lo lee, jojojo! besos malbadina!

Vidita said...

Este cuento nos da mas lecciones de vida que las que se pueden percibir a simple vista, son trascendentes, profundas diria yo, hace algun tiempo me sentí asi cual cucaracha, pero se que ahora puedo tomar mis propias decisiones independientemente del contexto. Mil gracias por publicar este cuento pero yo ya le agradecí personalmente al autor. jajajajajajajaja

JP said...

-- vidita, es en serio o me estas cotorreando?, jajajajajaja! besos envidiosos!

Vidita said...

NAda de cotorreo. De verdad le requeteagradecì. Preguntale y veras jajajajajajajajajaja

Mil besos, te los mereces todos

Anonymous said...

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