Thursday, April 2, 2009

BURROUGHS, LA BALA PERDIDA DEL MUNDO

Robert Crumb

(Entrevista con Jorge García-Robles)

Hugo Juárez

William Seward Burroughs II llegó a México a finales de los cuarenta. Se encuentra con un país pérezpradiano, de vida nocturna, exhuberante y muy permisivo. El alemanismo, lúdico, festivo y “moderno” recibe a un Burroughs que huye de la justicia estadounidense por problemas con drogas y armas, encuentra aquí un refugio y no como otros beats, un paraíso por descubrir. Llega a un país barato, con una policía –en comparación con la norteamericana— tan poco rigurosa que comete abusos. Piensa en nacionalizarse mexicano y comprar un rancho en algún estado y vivir tranquilamente con sus dos hijos y su esposa, o poner un bar en la frontera norte. Pero la muerte de su cónyuge, en 1951, es también el fin de esos proyectos. Así, el destino le hace habitar Lecumberri para de ahí salir y redactar sus dos primeras novelas: Yonqui y Queer. Este periplo burroughsiano es narrado por Jorge García- Robles en su novela “La bala perdida” (Ediciones del Milenio), quien en 1990 tiene la oportunidad de conocer al viejo yonqui. Sobre su encuentro con Burroughs y el significado de éste para la literatura norteamericana es que platicamos con él.



La sincronía de las balas

Lo vi por primera vez un domingo que hacía un calor espantoso de 40 grados en Lawrence, Kansas. Su representante James Graverholz pasó por mí al hotel en el que estaba hospedado. Me dijo que ese día Bill iba a tirar al blanco en la casa de unos amigos a las afueras del pueblo. Llevaba un tequila Herradura blanco para regalárselo.

La casa tenía un jardín grande por el cual llegamos a la sala que era como un galerón. Ahí estaba Burroughs con otras tres personas. Vestía totalmente de blanco. Al verme, muy afectuoso, me dijo:  “mister Robles, muy amable, siéntese junto a mí”. Le di el tequila y recordó cuando se lo servía en México con limón y sal en la mano. Ellos ya tomaban vodka, ron, whisky. Burroughs prefería Stolichnaya con Coca Cola y fumaba cigarillos sin filtro. Mi primera impresión de él, a nivel apariencia, fue la de un hombre más viejo de lo que pensaba, calvo, jorobado y delgado, con unas manos largas y expresivas, casi con vida propia.

Me preguntó si conocía a Korzibsky, un lingüista que lo había influenciado de joven, le dije que no. Luego hablamos de Kerouac, de “Lola la Chata” (su conecte de droga en México) y de pronto se paró y empezó a hacerse un cigarrillo de marihuana. Casi todos fumaron. Yo no quise porque quería estar lo más lúcido posible. Seguimos platicando hasta que Burroughs se puso de pie, medio acelerado, y dijo “vamos a tirar, es hora”. El daba la línea de qué hacer. Salimos como la familia Telerín tras el Mago de los Sueños. Llegamos al jardín en donde había una mesa con más de diez pistolas diferentes. Las empezaron a limpiar y cargar. Como a diez metros colocaron una tabla con un papel con círculos. Les dije que nunca había tomado un arma en mi vida. “No importa”, me contestaron, para a continuación enseñarme cómo tirar. Burroughs estaba muy concentrado, ensimismado. Todos nos colocamos protectores en los oídos, creándose un clima de literal sordidez, con el calor de 40 grados, las copas y las armas.

Tiró él y lo seguimos los demás. Era como un ritual. Nadie hablaba, cargabas tu arma y tirabas mientras los demás obsevaban sin comentar nada. Burroughs se paraba como a diez o quince metros del blanco, con gravedad tomaba su pistola con las dos manos, veía el blanco, disparaba, rejuvenecía cuarenta años. Su cuerpo y su mente se fusionaban en la pistola. Había en Burroughs –digámosle—una actitud inescrupulosa frente a los demás. El iba a lo que iba, a tirar. No miraba a nadie, no le preguntaba nada a nadie, ni nadie le molestaba. Pero más que un acto asocial había una actitud individual de cada quien con los demas. En su casa tenía navajas, cuchillos y cervatanas de Nueva Guinea. Tomaba un cuchillo especial y salía al jardín, en donde colocaba algunas tablas en una pared y lanzaba el cuchillo con el mismo rigor y devoción. Se tomaba verdaderamente en serio ese ejercicio.  


Burroughs al disparar ejercía un acto guerrero. Las armas le gustaban porque era una forma de combatir simbólicamente las energías demoniacas que él creía existían en su interior. Al igual que los monjes zen, quienes a partir de la concentración mental hacen del tiro con arco una práctica religiosa, así en Burroughs había una animosidad religiosa al disparar. No tenía una actitud pendenciera o agresiva, por ejemplo, el no cazaba animales.

Esa fue la única vez que tire con él. Su agente me decía que tiraba con pistola una o dos veces al mes. Invitaba a poca gente a esta práctica.

Tú que eres mexicano

Despues de tirar fuimos a su casa. Ahí lo atendía un mozo joven que además de cuidarlo y tolerarlo nos preparó de cenar. Burroughs me llevó a su estudio de pintura y me mostraba bocetos y obras. Muy compulsivo sacaba sus códices aztecas, de los que publicó el Fondo de Cultura Económica, se detenía en una hoja y me decía: “Por favor, tú que eres mexicano, explícamelos”. Yo entendía menos. Luego me mostraba sus cuchillos, dagas y cervatanas. Cortaba papeles en tiritas para mostrarme el filo de sus armas. Parecía un adolescente, siempre acelerado.

Otro día llegué a entrevistrarlo y estaba de mal humor. En su casa se paseaban tranquilamente tres o cuatro gatos regordetes, porque los castraba, a los que quería muchísimo. Los atendía, les daba de comer, los acariciaba. Estábamos solos y coloqué mi grabadora cerca de donde él se sentó. Burroughs colocó enfrente de él un cuadro que estaba haciendo y lo empezó a retocar. Le hacía preguntas y él me contestaba muy displicente. No me volteaba a ver. Tenía una actitud de “¿por qué me preguntas eso?”. De pronto un gato negro y horrendo empezó a toser como una persona, lo tomó y mientras lo abrazaba me explicó: “estuvo enfermo, hace poco lo operaron”. Lo acarició mientras le decía: “No tosas gatito, qué tienes, espérate”. Lo soltó y se me subió en las piernas, lo aventé. Burroughs me miró y dijo: “¿No te gustan los gatos verdad?”. No, le contesté. A partir de ahí la entrevista se fue relajando y al final estaba muy amable conmigo. Salimos al jardín, en donde sembraba tomates cherry. Fue por una canastita, recogió algunos, los lavó y les puso limón y sal para ofrecérmelos.


Un año después regresé y lo habían operado del corazón. Se desesperó mientra se recuperaba, por lo que se arrancó las sondas y se fue caminando con su bata blanca por el pasillo hasta que se cayó lastimándose la columna. Lo tuvieron que operar en el mismo hospital. Eso fue como mes y medio antes de que lo viera. Cuando nos encontramos se estaba recuperando y no tomaba alcohol ni fumaba. Estaba anímicamente muy tranquilo. No lo volví a ver como en esa ocasión. Lo visité para trabajar la novela La bala perdida y se portó muy afectuoso con todos. Salíamos a cenar y al regresar nos despedía en la puerta de su casa como un abuelito feliz y satisfecho. Esa imagen es la que siempre recuerdo, la de un Burroughs relajado y en paz consigo mismo.

Estuvo y no estuvo con los beats

Burroughs era del tipo de escritores que no cedieron al mundo –en su caso al mundo moderno--, porque a diferencia de otros artistas nunca se vio doblegado, como Van Gogh, Artaud o Wilde. El tenía la capacidad de vivir en la marginalidad sin autodestruirse. Tuvo momentos de zozobra existencial, pero tocaba fondo y volvía a salir.

En sus últimos 30 años, cuando ya se había consolidado como escritor logró sobrevivir en la marginalidad sin ser derrotado por todo lo que detestaba, en particular la vida americana ya que vivía en el universo que se construyó y al que nunca renunciaría. Quizá ese fue el rasgo característico de su personalidad, que a diferencia de otros, como Kerouac que huía del mundo sin encontrar su espacio, ahogándose –literalmente— en el alcohol, Burroughs no huía del mundo, sobrevivía al margen de él.

Dicen que en Estados Unidos hay dos tipos de escritores, los del modelo Allan Poe, que se fincan en las calles, en donde se alcoholizan conviven y escriben; y los del modelo Melville, los cuales abordan un barco para encontrarse. Burroughs está entre los dos, mientras que Ginsberg y Kerouac viajan en el barco de Melville, en lo etéreo, en la búsqueda –como los otros beats— de una espiritualidad que derivó en religiosidad.

Por esto el modo de escribir de Burroughs es muy distinto al de los beats, es más experimental, complejo, nada lineal, contrapunteado. Aunque también hay una búsqueda interna sin recurrir al budismo, sino a la magia. Por eso estuvo y no estuvo con los beats.

13 comments:

A said...

Se acordo de la mexicana y se le antojo un churro!

...a lo que sigue...

Que maneras de encontrarse, Dios! ahi esta la diferencia de un escritor y un ser 'normal'un nivel de autoconocimiento poderoso (entre otras cosas, lo se)

Besos perdidos
A.

JP said...

--queridisim(A), coincido, la mayoria de los "intelectuales" son tan comunes y corrientes que cuando se pavonean creyendose diositos no hacen sino dar mucha pena. En cambio cuando una persona "normal" llega realmente a conocerse se acerca a la divinid(A)d, gracias por visitar

marichuy said...

Jota-pe

Jaja, perdón pero el comentario de A (la primera parte) está genial

No conozco mucho de este autor; creo que tendré que leerlo a fondo, para ver si me vuelvo su fan, como vos

Saludos

PS Y sorry, se me hace un poquito injusto decir que él no se doblegó, como si lo hicieron Wilde y Van Gogh. O sea, mundos, sociedades, épocas, muy distintas las que les tocó padecer a este par de extraordinarios artistas europeos. Y Wilde rompió estructuras… En fin, será cosa de filias mi querido Jota-pe.

malbicho said...

creo entender que a diferencia de los mencionados, burroughs no tuvo un verdadero derrumbe emocional

aunque de wilde se admira la fortaleza de su espíritu -que incluso al final agradece haber pasado por las experiencias que lo llevaron a la abismal depresión que tuvo que superar, y afirmó ser más feliz que antes- y de van gogh siempre conmueve la creatividad emanada de su tribulación constante, lo que -creo- aquí se menciona es esa capacidad de seguir a flote sobre un mar de inmundicia

bueno, espero no estar muy errada -je-

saludos atentos

gormban said...

Post, realmente interesantes...perdon blog realmente interesante y rico.

te leo!!!

JP said...

-- marichuy y malbi, perdon por el cuelgue y contestarle a las dos al mismo tiempo pero me parece que aqui hay una interesante platica. Wilde, me parece que el dandy en realidad era medio patetico, recordemoslo al final de profundis: "la sociedad, como la tenemos constituida, no tiene lugar para mi, nada que ofrecerme; pero la naturaleza, cuyas dulces aguas caen sobre mi, tendra grietas en las rocas donde me pueda esconder, y valles secretos en cuyo silencio pueda llorar sin ser molestado. Ella colgara en la noche sus estrellas para que pueda caminar sin tropezar en la oscuridad,y enviara el viento sobre mis huellas para que nadie me siga para herirme, ella me limpiara en grandes aguas y con amargas hierbas me hara pleno". Wilde se rindio a un estupido amante, se rindio a la sociedad sin dar la menor lucha y acepto su condena. Burroughs, por su parte, intencionalmente quiere subvertir no solo a la literatura sino a la sociedad moderna. Mas que ser un problema de tiempos aqui nos encontramos ante caracteres totalmente opuestos, Wilde, pasivo; Burroughs, activo, a final de cuentas excelentes amantes de la literatura, gracias a las dos por sus reflexiones!

JP said...

-- winsis, gracias por los piropos al blog, posts o lo que sea que te gusta de por aqui, gracias!

malbicho said...

bueno, realmente no sería la palabra patético la que usaría para calificar a wilde, me parece que en de profundis se puede leer una evolución en la razón y el sentir, y en esas frases hay una demarcación de la sociedad, no una claudicación -aunque claro, esa puede ser sólo una percepción personal-, pero se sabe que incluso se preocupó por colaborar con la liberación de los menores encarcelados con él (signo de no pasividad), y habrá que recordar como era su personalidad para entender que tanto le pudo afectar perder la libertad y enfrentar la traición (era un espíritu muy libre y amoroso, pese a su cinismo), pero al final le escribió a un amigo: "Aunque te parezca curioso, me encuentro más feliz. Y esto porque creo haber tocado el fondo de mi alma. Hasta este momento la había percibido en cierto modo como a una enemiga, pero sin embargo y para mi sorpresa la hallé esperándome como la mejor de las amigas"

aunque me interno en los pantanosos terrenos de la especulación, creo que también en burroughs actuaba, un tanto protagónicamente, la indiferencia, cierta lejanía inconsciente, como cuando se alzaba de hombres ante el abismo en que caía su propio hijo, eso quizá era lo que lo hacía mantenerse a flote... pero bueno, seguirlos comparando también es un poco necio, no? -je-, como bien dices, ambos sedujeron magistralmente a la literatura (y a mí -je, je-)

saludos!

JP said...

-- malbita, cierto, no sabia eso de su apoyo a los menores caidos en desgracia como el, pero he visto fotos de como quedo gordo, chimuelo, creo que hasta pelon, muy alejado del varon elegante que marco una epoca; por su parte burroughs fue realmente duro de roer, su mismo hijo no aguanto su paso y si, tal vez hubo indiferencia en el viejo Bill, pero esa era su condicion maldita. No creo que estemos adentrandonos en los pantanos de la especulacion, sino en los de la reflexion buena y por supuesto que concordamos, los dos eran excelentes escritores y en eso no hay duda

Rictus said...

Muy interesante master, gracias por los textos y las imágenes.

JP said...

-- maestro rictus, que honor que te hayan gustado los textos, gracias a ti por la visitada!

Vidita said...

UNo de mis favorits :)

CAda que leo más acerca de Bill me cagan más los seudointelectuales que viven del "exito" mal entendido. ESte hombre tenía un par entre las piernas bien puesto. Otro que me interesa muchísimo es Kerouac.


Felicidades por los textos

JP said...

-- vidita, mio amore, kerouac, check!