Monday, March 16, 2009

EL ARTE, EJERCICIO DE LA CRUELDAD



George Bataille
(Traducción Hugo Juárez)

El pintor está condenado a complacer.  De ninguna manera puede transformar una pintura en un objeto de aversión. El propósito de un espantapájaros es amedrentar a los cuervos en donde es plantado, pero la más aterradora pintura esta ahí para atraer más visitantes. La tortura real puede ser interesante, pero en general no puede ser considerado éste su propósito. La tortura toma lugar por una variedad de razones. En un principio su propósito difiere poco de la del espantapájaros: a diferencia del arte, es ofrecida a la vista para repelernos del horror que pone en exhibición. La tortura pintada, al contrario, no intenta reformarnos. El arte nunca toma en sí mismo el trabajo de juez.  No nos interesa el horror por su propio bien, eso ni siquiera es imaginable. (Es cierto que en la Edad Media las imágenes religiosas lo hicieron por el infierno, pero era  precisamente porque el arte era inseparable de la educación). Cuando el horror está sometido a la transfiguración de un arte auténtico, éste deviene placer, un intenso placer, sin ser un placer al mismo tiempo.

Ver en esta paradoja el mero efecto de un vicio sexual sería en vano.

Es con esta clase de silenciosa, inevitable e inexplicable determinación, como en los sueños, que los fascinantes espectros de la miseria y el dolor han siempre acechado entre nosotros como figuras en este carnaval del mundo. Sin duda el arte no tiene el mismo significado esencial que el carnaval y todavía, en cada uno, una parte ha sido siempre reservada para lo cual parece lo más apuesto al placer y a la diversión. El arte prodría haberse finalmente liberado a sí mismo de estar al servicio de la religión, pero mantiene su servidumbre de respeto al horror. Se mantiene abierto a la representación de eso a lo cual rechaza.

Esta paradoja del carnaval --que en el sentido más general es la paradoja de la emoción, pero en el sentido más específico es la paradoja del sacrificio-- devería ser considerado con la mas crítica atención. De niños lo hemos sospechado: como en un movimiento extraño bajo la piel, somos víctimas de una trampa, una broma cuyo secreto un día conoceremos. Esta reacción es ciertamente infantil y nos aparta de esto, viviendo en un mundo impuesto en nosotros como si fuera “perfectamente natural”, muy diferente de aquel que acostumbraba a exasperarnos. Cuando niños no sabíamos si íbamos a reír o a llorar, como adultos “poseemos” este mundo, hacemos uso infinito de él, está hecho de objetos inteligibles y utilizables. Está hecho de tierra, piedra, madera, plantas, animales. Trabajamos la tierra, construimos casas, comemos pan y vino. Hemos olvidado, por falta de hábito, nuestras aprehensiones infantiles. En una palabra, hemos cesado de desconfiar en nosotros.


Sólo pocos de nosotros, entre las grandes fabricaciones de la sociedad, sostenemos nuestras reales reacciones infantiles, todavía nos sorprendemos inocentemente al pensar qué estamos haciendo en la Tierra y qué suerte de broma ha sido jugada en nosotros. Queremos descifrar cielos y pinturas, ir atrás de estos cielos estrellados o aquellas canvas pintadas y, como niños, tratar de encontrar un puente en una valla, tratar de mirar a través de las grietas del mundo. Una de esas grietas es el cruel disfraz del sacrificio.

Es verdad que el sacrificio ya no es una institución, permanece más como una mancha en un vidrio empañado. Pero es posible para nosotros experimentar la emoción que despertó, los mitos del sacrificio son como los temas de la tragedia, y la crusificción mantiene la imagen del sacrificio ante nosotros como un símbolo ofrecido a las más elevadas reflecciones, además de ser la más divina expresión de la crueldad del arte. Como sea, el sacrificio no es sólo esta repetida imagen a la cual la cultura europea le ha dado un valor soberano; es la respuesta a la obsesión secular entre todas las personas del mundo. De hecho, si fuera cierta la idea de que la vida humana es una trampa, podemos pensar, es extraño, pero ¿porqué no? Desde que la tortura es “universalmente ofrecida a nosotros como el cebo”,  reflejando en su fascinación lo que podría posibilitarnos descubrir qué somos, y hallar un mundo más elevado cuyas perspectivas excedan la trampa.
      
La imagen del sacrificio está impuesta en nuestra reflexión, por lo que es necesario que, habiendo pasado la época en que el arte era mera diversión o aquella otra en la que la religión solamente respondía a el deseo por descifrar la esencia de las cosas, percibimos que el arte moderno cesó de ofrecernos “imágenes bonitas”, es necesario que el mundo “transpire” en el lienzo. Apollinaire una vez dijo que el cubismo  era un arte religioso, y su sueño no se ha perdido. La pintura moderna prolonga la repetida obsesión por la imagen del sacrificio, en la cual la destrucción de los objetos responde, de una manera medio consciente, a la duradera función de la religión. Atrapado en la trampa de la vida, el hombre se mueve en un campo de atracción determinado por un punto de luz en donde las formas sólidas son destruidas, en donde varios objetos que constituyen el mundo son consumidos en un horno de luz. De verdad, el carácter de la pintura actual --destrucción, apocalipsis de los objetos-- no está puesto claramente en el alivio, no destaca en el linaje del sacrificio. Lo que realmente el pintor surrealista quisiera ver en sus lienzos, en donde ensambla sus imágenes, no difiere fundamentalmente de lo que la multitud de aztecas veía en la base de la pirámide, donde el corazón de una víctima era arrancado. En cualquier caso el relámpago de destrucción está anticipado. Sin duda no vemos crueldad alguna cuando admiramos una obra moderna, pero en el fondo tampoco los aztecas eran crueles. Lo que nos conduce a extraviarnos es la muy simple idea que tenemos de la crueldad. Generalmente llamamos crueldad a aquello que no tenemos el corazón para soportar, mientras que lo que soportamos fácilmente, lo que es ordinario para nosotros, no parece tan cruel. Así, lo que llamamos crueldad es siempre aquello de los otros, y no ser capaz a abstenerse de la crueldad que negamos tan pronto como si fuera nuestra. Tales debilidades nada reprimen pero hacen difícil la tarea para aquel que busca en estos caminos el escondido movimiento del corazón humano.

El hecho de que el sexo sea un vicio no simplifica esta tarea. En efecto, el vicio voltea el sentido común, y aquel que se reconozca como vicioso permanece estigmatizado por los términos del horror. Los aztecas habrían negado la crueldad de los asesinatos sagrados cometidos por cientos. Por su parte, el sadista disfruta repitiéndose así mismo que la flagelación es cruel. Yo no tengo las mismas razones para usar esta palabra, crueldad. Acostumbro ser claro. No desapruebo nada, estoy meramente ansioso por mostrar el significado subyacente. En un sentido esta intención no es cruel: haberlo creído así mismo cruel, la habría cesado --la práctica del sacrificio desaparece cuando los hombres devienen mas conscientes-- aunque todo hubiera permanecido como un deseo por destruir. 

En realidad, es un deseo moderado. Como si nuestra costumbre (nuestra fuerza) fuera destruir encubiertamente, impugnamos las terribles y ruinosas destrucciones, al menos aquellas que aparecen ante nosotros como tales. Estamos satisfechos con estar un poco conscientes de no destruir.

***

Hasta aquí he demostrado que el brillo de la destrucción es, en la trampa de la vida, el cebo que no falla para seducirnos. Pero la trampa no es reducible al cebo. Esto sólo supone la mano que lo pone, pero no el fin que persigue. ¿Qué le pasa a alguien que pica el anzuelo? ¿Qué es del individuo que se da a la fascinación, cuáles son las consecuencias de su debilidad?

En un principio esto nos lleva a una pregunta más importante en donde descansa la esencia de mi busqueda. Esto no satisface la observación de que generalmente estamos fascinados por cualquier destrucción que no represente un grave peligro. Más bien, ¿cuáles son las razones para estar seducidos por aquello que, en un fascinación fundamental, sea dañino para nosotros, aquello que inclusive tiene el poder para evocar la más completa perdida  experimentada en la muerte?

Ese placer nos lleva al punto donde la destrucción toma lugar, y es entendido. Entramos a la trampa sólo por nuestro libre deseo. Pero podríamos imaginar a priori que el anzuelo devería tener el efecto contrario, que éste no devería tener nada que nos aterrorice.


En realidad la pregunta que plantea la naturaleza del cebo no difiere de aquella del propósito de la trampa. El enigma del sacrificio --el enigma decisivo-- está atado a nuestro deseo por encontrar qué busca un niño cuando está embargado por un sentido de absurdidad. Lo que le preocupa y que repentinamente lo trastoca es el deseo por obtener, más allá del mundo de las apariencias, la respuesta a una pregunta que él es incapaz de formular. El piensa que quiza es hijo de un rey, pero el hijo de un rey es nada. Entonces sabiamente piensa que quizá él es Dios: esto podría ser la resolución del enigma. El niño se va sin decir nada, no le dice nada a nadie. Se sentiría ridículo en un mundo donde cada objeto refuerza la imagen de sus propios límites, donde reconoce que pequeño y “separado” es. Pero él está precisamente sediento por no estar “separado”, y es solamente esa separación la que le da el sentido de resolución sin el cual se encuentra. La estrecha prisión de estar “separado” de existencia, apartado como un objeto, le da el sentimiento de absurdidad, exilio, de estar sujeto a una ridícula conspiración. El niño no se sorprendería de despertar como Dios, quien por un tiempo se pondría  a sí mismo a prueba, de manera que el engaño de su pequeña posición sería repentinamente revelado. De aquí en adelante, aun por un momento de debilidad, permanece con la frente oprimida a la ventana, esperando por su momento de iluminación.

Es a esta espera que el cebo del sacrificio responde. Lo que hemos esperado toda nuestra vida es este desorden del orden que nos sofoca. Algún objeto debería ser destruido en este desorden (destruido como objeto y, si es posible, como algo “separado”). Gravitamos a la negación de ese límite de la muerte, el cual fascina como la luz. Para trastocar al objeto --su destrucción-- es valioso solamente en la medida que éste nos trastoque, en la medida en que éste desordene al sujeto al mismo tiempo. No podemos nosotros mismos (el sujeto) directamente alzar el obstáculo que nos “separa”. Pero podemos, si levantamos el obstáculo que nos separa del objeto (la víctima del sacrificio), participar en esta negación de toda separación. Lo que nos atrae en el objeto destruido (en el momento de destrucción) es su poder para poner en tela de juicio --y para socavar-- la solidez del sujeto. Así, el propósito de la trampa es destruirnos como un objeto (en la medida en que permanezcamos encerrados --y engañados-- en nuestra enigmática soledad).

En consecuencia nuestra ruina, cuando la trampa está abierta (la ruina al menos de nuestra separada existencia, de esta aislada entidad, negador de sus semejanzas), es lo más opuesto a la angustia, la cual inexorable y egoistamente persigue las deudas y créditos de cualquier entidad resuelta a perseverar en su ser. Bajo tales condiciones allí emerge la más sorprendente contradicción interior para cada persona. En una mano, esta pequeña, limitada e inexplicable existencia, en donde nos hemos sentido como en un exilio, en la última broma de la inmensa absurdidad que es el mundo, que no se puede resolver rindiéndose al juego; en la otra mano, escucha el urgente llamado para olvidar sus límites. En un sentido, este llamado es la trampa misma, pero sólo en la medida en que la víctima de la broma insista --como es común, pero no necesario-- en permanecer como víctima. Consecuentemente, lo que hace difícil de aclarar la situación es eso, en cada caso, una trampa está esperando por nosotros. (La trampa, en otras palabras, es doble). Por un lado, los objetos de este mundo se ofrecen para angustiar como el cebo, pero en un sentido contrario a aquel del sacrificio: aquí estamos atrapados en la trampa de una pequeña y separada realidad, exiliada de la verdad (en la medida en que el mundo se refiera no a un estrecho horizonte sino a la ausencia de límites). Por el otro lado, el sacrificio nos promete la trampa de la muerte, la destrucción prestada dentro del objeto no tiene otro sentido que la amenaza que tiene por el sujeto. Si el sujeto no es verdaderamente destruido, todo permanece como una ambigüedad. En cambio si es destruido la ambigüedad se resuelve pero sólo en la nada que lo suprime todo.


Es en esta doble relación que el verdadero significado del arte emerge --para el arte, el cual nos pone en el camino de la completa destrucción y nos suspende allí por un tiempo, nos ofrece el éxtasis sin morir. Claro este placer podría ser una trampa más inceptable --si nosotros manejamos como lograrlo, a pesar de que estrictamente hablando esto escapa de nosotros en el mismo instante que lo obtenemos. Aquí o allí adentramos en la muerte o retornamos a nuestros pequeños mundos. Pero el carnaval sin fin de obras de arte esta allí para mostrarnos que un triunfo --a pesar de su firme resolución de valorar nada sino eso que perdura --está prometido a quien sea que salte la irresolución del instante. Esto explica porqué es imposible poner mucho interés en la excesiva embriaguez, la cual penetra la opacidad del mundo con aquellos que gratuitamente dan crueles destellos de seducción atados a la masacre, la tortura y el horror. 

Esto no es un disculpa por las cosas horribles. Esto no es una llamada a su retorno. Pero en este inexplicable impase donde nos movemos en vano,  esta irrupción --la cual aparentemente promete  una resolución, y que al final no nos promete nada sino ser atrapados en la trampa-- contiene toda la verdadera emoción en el instante del éxtasis. Es esta emoción, si el sentido de la vida está inscrita en sí, que no puede ser subordinada a cualquier fin útil. Así la paradoja de la emoción tiene más sentido de la que tiene. La emoción que no está ligada a un horizonte abierto sino al más cercano objeto, la emoción dentro de los límites de la razón sólo nos ofrece una vida comprimida. Cargados por nuestra pérdida de verdad, el llanto de la emoción crece fuera del desorden, tal como  debe ser imaginado por el niño recargado en la ventana de su recámara en las profundidades de la noche. El arte, sin duda, no está restringido a la representación del horror, pero su movimiento pone al arte sin dañarlo a la altura de lo peor y, recíprocamente, pintar el horror revela la apertura dentro de todas las posibilidades. Eso porque debemos permanecer en las sombras en donde el arte aquiere vecindad con la muerte.

Si la crueldad no nos invita a morir en éxtasis, el arte al menos tiene la virtud de poner un momento a nuestra felicidad en un plano igual a la muerte.

15 comments:

marichuy said...

"Cuando el horror está sometido a la transfiguración de un arte auténtico, éste deviene placer, un intenso placer, sin ser un placer al mismo tiempo"

Interesante proceso, ese mediante el cual el horror deviene en un intenso placer. Pero al menos para mi, creo que no todos los horrores, por muy transfigurados en arte que estén, devendrán en auténticos placeres.

Muy interesante texto Jota-pe

Un saludo

A said...

Jota pe, que aporte. Este hombre dio mucho para analizar. No estoy de acuerdo en muchas de las cosas que el dice, pero hay que reonocerle entre muchas cosas, el que nos permita tocar ciertos temas sin hipocresia.

Me dio que pensar el sacrificio como hijo de la tortura.

Sin duda los judeocristianos (hablo propiamente de occidente) tenemos una fijacion casi genetica en ese tema, y no creo que ni la consciencia, ni la globalizacion puedan hacer algo para cambiarlo.

En lo personal, de hecho tengo cierto problema con ello, y no solo en el arte; pero se lo atribuyo a lo peculiar que fue mi (de)formacion en adulto. No se si es bueno, o malo... ya lo dira el tiempo

Gracias por compartir, Jota pe.

Besos sufrientes
A.

JP said...

-- marichuy, que es el amor sino horror, ese desgarrarse por el otro que nunca seremos, a la vez que es la risa sino aquello que nos ha asaltado subvirtiendo nuestros sentidos (la risa y el horror en los extremos nos descubren, desnudan nuestro ser finito), la mera cabeza (horror de horrores) que dejan tirada por ahi los narcos se ha convertido en la cereza que corona el carnaval de nuestro estupido presente; el horror visto desde la optica batailliana deviene en placer en la medida que subvertimos nuestro ser finito y buscamos ese horizonte infinito que es la vida misma

JP said...

-- querida A, bataille se iba a graduar como sacerdote cuando en un rapto de lucidez prefirio asistir a la primera guerra mundial, amar a una mujer (su amada laura de la historia del ojo) y en medio de la bestialidad que represento la segunda guerra mundial explicar los mas intrincados laberintos del alma humana en libros como la parte maldita, el erotismo o la experiencia interior, me parece que el frances ha sido un angel que trajo luz a las mas oscuros recovecos de lo humano, sin duda para empezar una lectura del edificio batailliano se debe empezar por la nocion de consumo, el prologo de la parte maldita, en donde explipa lo basico de su teoria, no es la necesidad lo que mueve al hombre sino el exceso, te lo recomiendo y cualquiera que haya sido tu (de)formacion como adulto bataille te ayudara sino a sanarla al menos entenderla, besos gozosos

A said...

En efecto, Jotape, querido, ël me ayudo a entender un aspecto muy muy muy (muy) particular de mis mas profundas cavernas.

No es que no me conociera, se trataba o trta de un asunto que engo bien asumido desde hace tiempo, pero con la historia del ojo comprendi algo de sus origenes, cosa que -para mi sorpresa- fue en cierto modo liberador ( y no es que me sintiera atada...)

Debo decirte, que mas que 'la historia del ojo' lo que el autor comparte de su experiencia como autor de ese libro, me compro una admiracion inmediata.

De nuevo, Jotape, gracias por compartir.

Besos ojones
A.

El Signo de La Espada said...

Ya ves? por eso me dediqué a la literatura

JP said...

-- asi es mi estimado espada, magnifico destino!

Noelia A said...

El arte puede ser una herramienta que nos lleve a indagar y a explorar lo peor de nosotros mismos, esas zonas inaccesibles, o a confrontarnos con una verdad dañina, pero necesaria.
Las imágenes ejemplificadoras son buenas muestras de lo que el texto sostiene, repelen más que otras cuyo propósito explicito es aterrar al observador.

saludos

JP said...

-- gracias Noelia, excelente comentario de alguien que tiene como pasion el pincel y la pluma, y totalmente cincido, la verdad puede ser daninia pero es necesaria, gracias!

Noelia A said...

Así es, el error en mi cuadro está en el dedo índice, pero es algo más que un poquito alargado... ¡tiene cuatro falanges!
jajaja
Chau chau

JP said...

-- noelia, no le conte las falanges, solo lo note un poco alargado pero espero no lo compongas, algo te dijo el cuadro como para que lo dibujaras asi

gormban said...

No es mi campo, de hecho el arte para mi es un campo bastante desconocido, sin embargo tu post me ha abierto la ventana de la curiosidad. gracias!



saludos

malbicho said...

cómo me sacuden las imágenes que eliges, en especial las de este post, las veo y las veo y no dejo de admirarme

JP said...

-- muchas gracias malbabina, ni yo mismo se como las elijo, no me lo crees si te digo que vienen solitas a mi

乾煎白鯧Sam said...
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