Wednesday, December 17, 2008

CUENTOS PARA ODIAR LA NAVIDAD



Fuego bajo el árbol


El pino transpiraba en cada foquito recuerdos que le oradaban la nariz. El carro de bomberos que compró para su hijo era un corazón latente bajo el árbol. A Carlos le encantaría esa corbata azul con bordes amarillos que le combinaba tan bien con las camisas que nunca más volvió a planchar. La muñeca no era su favorita pero no importaba porque los gustos de su hija siempre fueron diferentes a los suyos. El cuarto tintinando al ritmo de sus recuerdos le hacía más fría su soledad. Sólo tenía ese árbol y el remordimiento anestesiado con los presentes de aquellos a los que hacía años no volvió a ver.   




Llega Santa Claus 


“Somos ardillitas somos tres no somos dos y estamos muy contentas porque…” Ahí estaba en la puerta con un regalo demasiado amargo después de dos meses de no verla, una bicicleta rodando sobre una sola frase: estoy embarazada, necesito venderla para encontrarlo en Nueva York . A mis dieciséis años Inés me destrozaba la Navidad y Lalo Guerrero con sus ardillitas eran testigos de ello.  Pensé en parafrasear a mi radio, “aquí no somos clientes de ese señor, aquí nos traen nuestros juguetitos Los Reyes Magos”, y cerrarle la puerta en la nariz, pero sólo atiné a decirle: lo siento, acabo de comprar una botella y no tengo dinero. Por la Nochebuena supe lo que era madurar  ahogado en tequila.



Wellcome back Estivo

Lo malo de olvidar dónde dejaste una pierna es que siempre recuerdas dónde la perdiste. Ese instante en el que en broma piensas ¡puta madre!, ¿qué hacen todos con pijamas a las tres de la tarde? (en Irak), pateas una caja de cigarrillos y una explosión (un mes después te enteras que fue una mina antipersonal) te envía directamente a un hospital en Alemania para despertar (nunca más lo volverás a hacer) en medio de sabanas manchadas de sangre con doctores trasegando tu pierna, que no sientes y de nuevo el desmayo. De ahí en adelante todos los días son un sueño del que en pocas ocasiones despiertas, como en ese bar del cual nunca supiste el nombre, mucho menos la dirección, pero en el que claramente recuerdas a todos diciéndote Wellcome back Estivo (no Esteban o Steve), y a tus amigos sorprendidos viéndote caminar, subir escaleras e inclusive bailar. Después de tres cervezas te duele de nuevo la cicatriz. Te subes el pantalón y les dices a ellos: ¿quieren verla? es biónica, tiene motor y sensores. La desabrochas y tu pierna robótica corre entre manos, ojos, palabras de sorpresa y termina arrinconada en donde tu memoria quiere recordar, pero sólo viene a tu cabeza el recuerdo de la música (y varios tragos de vodka)  invitándote a bailar ahora en una pierna al ritmo de la gente sorprendida aplaudiéndote, y de nuevo sueñas que estás en esa ciudad tirado al sol deshidratando tu pierna, carcomiendo tu sexo, devorando tu corazón… despiertas en el desierto de tu cama sólo para pensar, dónde se quedó mi pierna, ¡puta madre!, ya me acordé, hoy es Navidad, los bares no abren.

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